John Perkins hace un audaz intento de limpiar su pesada conciencia en confesión tras confesión en su libro Confessions of an Economic Hit Man (Confesiones de un sicario económico). Al hacerlo, el autor nos pone al tanto de una secuencia de eventos dignos de una retorcida trama de Alfred Hitchcock.
Perkins prepara el escenario poniéndose personal. Nos invita a entrar en su psique, la psique de un infeliz niño en el prestigioso internado donde sus padres habían conseguido cargos docentes. El lector tiene la impresión de que Perkins sufrió la experiencia en un internado más de lo que encariñó de ella. Esta dicotomía resurge cuando vemos a un Perkins adulto lidiando con la producción de pronósticos económicos que hacen que las empresas occidentales se enriquezcan a costa de los pobres. Perkins nos relata en sus historias que se siente identificado con la gente desfavorecida que conoce en sus viajes; sin embargo, él elige trabajar para lo que él llama «la Corporatacracia», que tiene poca o ninguna consideración por la gente pobre.
Solemos pensar que las organizaciones de ayuda son «bienhechoras», pero Perkins rápidamente echa por tierra esa teoría. Él presenta a los lectores una nueva clase de jugadores que jamás pensamos que existían en este espacio, incluyendo el rol de sicario económico. Perkins relata cómo se destacó en esta función por varios años. Como sicario económico, Perkins creaba pronósticos económicos positivos, irreales y exagerados acerca de los beneficios de las inversiones en deprimidas economías en desarrollo alrededor del mundo. Éstas predicciones le darían luego a la Corporatacracia varios millones de dólares en préstamos para construcción y otros proyectos que sólo engordan las billeteras de compañías occidentales, haciendo poco por los más necesitados. Perkins no ofrece su opinión sobre inversiones alternativas que habrían beneficiado a los desfavorecidos, sino que se enfoca exclusivamente en la estrategia resuelta de la Corporatacracia.
La necesidad de Perkins de limpiar su conciencia es tan extendida en el libro que, por momentos, su presentación de las iniquidades de la vida real parece servir casi como telón de fondo. A través de su revelación de secretos de larga data, Perkins presenta casos de estudio en comportamiento humano que uno podría encontrar en Sociología básica. Resulta claro que Perkins se sintió victimizado por la Corporatacracia, que se aprovechó de sus vulnerabilidades y lo compelió a una vida de mentiras que aguantó por años, y que no fue el único atraído hacia esta forma de vida. Perkins no reclama la inocencia, sino que, por la presentación de la vida que llevaba, espera arrojar luces sobre un sistema injusto, para entenderlo y, finalmente, para infundir en los lectores un deseo de levantarse contra él. Al final de esta historia asombrosa, el lector, ya consciente de tan inmensa maldad, se queda con una sensación de querer tomar medidas, pero sin sentirse preparado para hacerlo, considerando la naturaleza de la bestia que Perkins tan íntimamente retrata. No es de extrañar que esta brecha se aborde como un tema principal en un libro posterior del mismo autor.